Yo recuerdo como si fuera ayer la excursión de quinto grado al Parque La Sabana. Como toda escuela pública, cualquier evento que implicara mover a los niños de lugar A (mejor conocido como La Escuela) al lugar B (cualquier otro lugar que no fuera La Escuela) era una labor tediosa.
Una labor llena de circulares, permisos firmados por adultos responsables del menor, reclutamiento de mamás caritativas que se ofrecieran a ser un par de ojos, brazos y piernas más que los de la Niña. Porque sí, tener a 30 niños correteando solos por La Sabana, no era "un paseo por el parque", como dicen los gringos... la ironía.
Que la cuota para la excursión, que Juancito, María, Gustavito y Laurita no pueden pagar la cuota. Ahí la Niña hacía malabares para que con lo de 26, alcanzara para 30; o le mandaba un recado a la mamá de Emilia, que si puede poner más para la cuota, porque usted sabe, otros chiquitos no pueden pagar y el del bus cobra por estudiante.
Yo sé esto porque viví de los dos lados. Estuve sentada en el pupitre dentro del aula, pegaba las circulares en mi cuaderno de recados. Llevaba en una bolsa plástica, pequeñísima, la cuota de la excursión, engrapada y con un papel que decía "Excursión a La Sabana - Ana".
Pero también estuve sentada en la mesa de la sala cuando mami sacaba todos los sobres, todas las bolsas, todo el menudo regado de las cuotas de sus alumnos. Oía como sonaba el teléfono toda la semana de la excursión, las mamás llamando a la Niña para ver a qué hora salía el bus, que cuántos chiquitos eran, que no se preocupe si no alcanza para todos los "perros", Niña, yo pongo los que falten.
Amor he conocido mucho, y se me dibuja una sonrisa en la cara al decirlo. Recuerdos también, tengo un montón. Pero hay cosas cálidas, amores cálidos, recuerdos cálidos... estas son de esas cosas; las que quiero recordar un domingo en la noche, cuando pega de nuevo la realidad.
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