De mi madre

De mami me vienen muchas cosas, la cara redonda

y la voz firme y dulce;

cuando era pequeña veía sus fotos y pensaba que era yo, sólo

que esa no tenía la piel morena;

me tejió los cabellos ondulados, como siempre los quiso ella.

A mami la comparto desde pequeña, desde antes de nacer a pesar

de ser yo su primera hija;

ella es niña de escuela (a veces dicen que maestra)
y poquito madre para tanto niño triste.
Los he visto perderse en sus enaguas y dibujarle

caritas felices en los recreos,

a veces pensaba que la querían para ellos, pero ella era para mí.

Mami me huele a café, a café dulce chorreado por la tarde;
sus manos cafetales donde corría de pequeña

y su vientre un río claro.

Su vista, como la mía, es nublada; me imagino que se nos

quedó en los ojos tanta montaña alta.

A veces también huela a leña, a casa de madera vieja.

Ella me enseñó un día las palabras, en la mesa mientras cocinaba;
que una palabra significa tantas cosas y que probablemente

yo misma soy palabra.

Hoy escribo y leo por ella, y está en cada letra;
sé que no lo sabe, pero de lejos cuando me ve escribiendo se lo sueña.

De pequeña la celaba, no podía darme pecho

y hablar con alguien más;

seguro sabía desde ya que iba a compartirla muchos años
y de bebé la quería sólo mía... como para contarme

un cuento donde así era la vida.

Ahora es lo que me mantiene viva, la que me sujeta la mano

cuando me hablan de muerte;

la que llora conmigo en el pasillo de un hospital.
Estaba ahí cuando me supe viva de nuevo, como la primera vez;
ví su cara y supe que todo estaba bien, que siempre va a estar bien.